lunes, 13 de abril de 2015

Miedo

La cortina de lluvia era tan densa que no permitía distinguir nada a través del cristal. Apenas se adivinaba alguna oscura sombra desplazándose apresurada bajo lo que se aventuraba era un paraguas. La tarde se dejaba caer sobre los charcos mientras el cielo se apagaba con cadencia. En el interior del apartamento la temperatura se mantenía en unos escasamente aceptables dieciocho grados.
Estaba sola, y tal vez aburrida, pues no se había movido de detrás de la ventana desde hacía un tiempo tan impreciso que solo cabía llamarlo “bastante rato”. Una leve brisa erizó la zona de su piel expuesta al aire, y un escalofrío viajó rápido por su espalda. Miró, sorprendida, a su alrededor, buscando el origen de aquella ráfaga aparentemente inexplicable, pues todas las puertas y ventanas se hallaban cerradas, a excepción de las tres que comunicaban el salón, -donde se encontraba ella precisamente-, con el resto de estancias del apartamento, y que, bajo ninguna ley física, -conocida al menos-, podrían justificar dicha corriente.
Lo irrazonable de lo ocurrido provocó en ella, por sí solo, un nuevo escalofrío, que esta vez se aposentó en la base de la espalda durante un segundo que bastó para infundirle un miedo tan visceral que la paralizó.
De pronto un frío extraño invadió la estancia, como si fuera el preludio de algo terrible que se aproximaba desde algún lugar incierto…un frío sobrenatural que la hipnotizó, aterrándola y atrayéndola.
Y entonces, un ruido breve y seco procedente de su dormitorio. Algo así como un pequeño golpe que bien podría ser una llamada de atención para guiarla hacia allí. Y su mente que intentaba que sus pies andaran, y sus pies aterrados que no querían moverse.
Los segundos pasaban uno tras otro, con la misma lentitud con que en aquella tarde todo pasaba, y arrastraban con cada avance un poco más de aquella noche abandonada de estrellas.
Otro breve golpe, pero esta vez levemente más ansioso. Y con él, como respuesta automática, otro sobresalto y una vuelta más al nudo en el estómago, un poco más de presión en el pecho.
A su espalda la lluvia seguía con una constante melodía que en otro momento bien pudiera haber sido portadora de calma, pero que aquella noche la convertía en cómplice del miedo.
Avanzó lentamente, con paso incierto y sigiloso, como no queriendo perturbar la aterradora atmósfera que se había apoderado de la casa. Y procedente del dormitorio, un silencio más tenebroso aún que el ruido. Y un nuevo golpe rasgándolo.
Un último paso y su temblorosa mano pudo asir el pomo de la puerta entreabierta, y con tal fuerza lo hizo que pareciera ser su único sustento en una caída al vacío. El sudor perlaba su frente y empapaba su espalda. Las piernas difícilmente se mantenían erguidas, sustentadas únicamente por unas traqueteantes rodillas.
Finalmente, sus temerosos ojos asomándose al interior del dormitorio.
Otro golpe.

El ventanuco abierto. El misterio resuelto.