Pulsé la tecla “enviar”
con el siguiente texto:
“Hoy me han dicho que
te gusto un poco”.
No levanté la vista
del móvil, pues él estaba sentado al otro lado de la mesa, y con aquel mensaje había gastado toda mi ración de
valentía por ese día.
Apenas dos segundos
más tarde un pitido me avisó de su respuesta:
“Pues te han informado
mal”.
No contaba con
aquellas palabras, y tuve que pensar deprisa.
“Pues perdona,
entonces”, añadí, nada original.
“¿Advierto en tu
rostro cierta decepción?”, escribió en su siguiente mensaje, que no tardó en
llegar.
“Adviertes mal”, me
apresuré a responder, y alcé la vista, mirándole con el gesto más neutro que
fui capaz de conseguir.
“Pues perdona,
entonces”, me escribió, y se levantó de la mesa con no sé qué excusa.
Aproveché su
momentánea ausencia para disculparme a mi vez, alegando, creo recordar, un
dolor de cabeza, y salí de allí decidida a refugiarme en mi casa por siempre
jamás.
El camino que conducía
a la carretera, y que tan romántico me había parecido dos horas antes, con sus
frondosos árboles delimitándolo a ambos lados, se presentaba ahora como un
enemigo interminable, que se extendía infinito ante mí. Inconscientemente
aceleré el paso, sintiéndome a cada segundo más ridícula por mi fallida
pseudo-declaración, y cuando las lágrimas a punto estaban de brotar, una mano
agarró mi brazo con firmeza, obligándome a detenerme.
No tuve tiempo de
asustarme, pues reconocí su tacto a pesar de jamás haberlo sentido antes.
“No me gustas un poco,
te quiero con desesperación”, escuché de sus labios.
“Pues perdona,
entonces...porque te quiero igual”, respondí a duras penas.
Y el resto lo dejo a
vuestra imaginación.