Me ha venido a la memoria, no sé si por casualidad,
la historia de una chica triste.
Cada mañana el despertador se esforzaba hasta
quedar exhausto para lograr sacarla de la cama, y una vez de pie se arrastraba,
más que andaba, a absorber algo de energía de una taza de café.
Desayunaba sin pensar y sin abrir los ojos, y tras
ello caminaba hasta el lavabo sin mirarse en el espejo, pues hacía tiempo que
no reconocía a la persona que la observaba desde el reflejo.
Algo más despierta, pero no del todo, cogía la agenda
que alguien le había regalado en Navidad, pero no escribía en el apartado
“tareas para hoy”, no había nada en la sección de “sueños”, no había llamadas
que hacer o recibir, no había retos, nada que esperar…y como no
esperaba nada, salía a la calle regalando al mundo una mueca indiferente; y como
no esperaba nada, no se daba cuenta del sol ni del aire, y mucho menos de la
gente; y como no esperaba nada, nunca sucedía nada…
Pero un día sucedió, un día sucedió…
Una bonita mañana de verano caminaba por la calle
con su invierno puesto, y de pronto su imagen reflejada en un escaparate la
asustó. En un primer momento ni siquiera comprendió que era ella misma aquel
ser esperpéntico que la observaba con gesto de terror, pero al acercarse se
vio…vio sus ojos apagados y sus mejillas macilentas, contempló las ropas insulsas
que cubrían su cuerpo envejecido y cansado, y observó con detenimiento su boca,
sus labios contraídos a fuerza de no reír…
Y su corazón crujió al decirle: “estás acabando conmigo”…
Y en ese instante, frente a aquel escaparate, la
chica triste murió…
Corrió con todas sus fuerzas, corrió sin parar
hasta llegar a casa. Abrió las ventanas de par en par, permitiendo al aire
renovar la atmósfera enrarecida y al sol invadir con su brillo hasta el último
rincón; llenó bolsas de basura con sus viejas ropas, con sus antiguas tristezas
y con su falta de sueños…y las arrojó tan lejos como pudo…
Dejó que el agua tibia de la ducha devolviera el color a su cuerpo, cantó mientras peinaba su bonito pelo, se miró en el espejo
y se dijo: “te quiero”.
Cogió su agenda hasta entonces impoluta y, sonriendo, escribió: “VIVIR”, sabiendo que lo escribiría en todos los días que
quedaban por venir.