Había amanecido unos de esos días; uno de esos en
que todo te molesta; uno de esos días en que te muerdes la lengua a cada
momento para no estallar; uno de esos en que te preguntas de dónde ha salido tu
taciturno e irascible humor, pues todo estaba bien al acostarte.
Uno de esos días en que te sientes gorda y fea, que
crees que tu pelo es horrible, y cuando te miras al espejo sólo ves ojeras donde
ayer veías un rostro perfectamente capaz de arrasar en el universo masculino
(perdón por mis puntuales faltas de modestia); y para colmo te dormiste sin
colocar el marcador del libro que estás leyendo y ahora no recuerdas por dónde
ibas.
Toda tu ropa te parece pasada de moda, a la par
que insuficiente, y de nuevo se te han pegado las sábanas y no hay tiempo ya
para nada.
Había amanecido uno de esos, sí, sin previo aviso;
inaugurado con una molesta jaqueca martilleando en mis sienes. Y me preguntaba
dónde estaban mis recursos, dónde estaba mi pensamiento positivo, mi calma, mis
velitas aromáticas…nada de eso me servía porque sólo tenía ganas de morder a
alguien.
Amaneció uno de esos días en que tendría que
revolver entre los cajones en busca de mi autoestima; uno de esos pastosos días
de sol en que todo el mundo parece tan insoportablemente feliz. Todo el mundo
te cae fatal en esos días, empezando por ti misma.
¡Qué pena no tener uno de esos chismes de boxeo
para darle puñetazos, como en las películas!
Y lo peor de todo es que no sabía qué hacer, era
consciente de ser una bomba de relojería andante pero no era capaz de detener
aquello…
¿Un baño relajante? Puajjjj ¿Un paseo por el
parque escuchando el canto de los pajarillos? Puuuaaajjjj ¡Qué cursi! ¿Un poco
de meditación? PPPuuuuaaajjjjj ¡Qué nervios, ahí sentada todo el rato, sin
mover un músculo!
No parecía haber salida, había amanecido uno de
esos días…y colgué el cartel de “Hoy no estoy para nadie”.